La energía es un medio para satisfacer necesidades humanas. La misma no es consumida por las personas de forma directa sino que es empleada para adquirir otras, como la iluminación, la climatización o el acondicionamiento térmico y el transporte entre otros. Estas son las presiones de un sistema, de por sí limitado bajo los parámetros de explotación actuales, y consecuentemente limitantes del crecimiento económico y desarrollo de una sociedad (en la actualidad 2500 millones de personas no tienen acceso a la energía). En un contexto de uso desmedido de recursos y poblaciones crecientes en órdenes exponenciales, la energía y su acceso, se ha vuelto sinónimo de desarrollo y crecimiento económico. Cabe preguntarse entonces qué implica un desarrollo energético sostenible. En el informe Brundtland (1987) se establecen los siguientes puntos claves en lo que a la concepción de la energía se refiere: Crecimiento suficiente de los recursos energéticos para satisfacer las necesidades humanas, aún en los casos de crecimiento acelerado que tiene lugar en los países en desarrollo. Eficiencia energética y medidas de conservación para minimizar las pérdidas en los recursos primarios. Atender las cuestiones de salud pública y seguridad que se desprendan del uso de recursos energéticos. Protección de la biosfera y prevención de formas localizadas de polución. Ya en 1987, se concebía la visión completa de la energía como un recurso. Mientras que los dos primeros puntos destacan la gestión y la planificación de la energía desde la oferta trabajando sobre la fuente y las medidas que se pueden llevar a cabo para reducir las pérdidas en las fuentes, los último dos, también orientados a la oferta tratan sobre las consecuencias de una mala gestión del recurso. Sin embargo, no se realiza un análisis sobre las modalidades de consumo del recurso.
LA OFERTA Y LA DEMANDA
Como se observa entonces, la energía y su gestión ha sido concebida históricamente para satisfacer una demanda creciente, por lo que el enfoque siempre se ha puesto en su oferta y se ha trabajado fuertemente en ésta área (instalación de nuevas fuentes generadoras, centrales nucleares, hidroeléctricas, pozos petrolíferos o de gas para centrales termoeléctricas, optimización de sistemas de aprovechamiento, etc). De esta forma, se ha ignorado un enfoque crucial, y ciertamente sostenible: la planificación desde el punto de vista de la demanda, es decir actuar sobre los consumidores y no sobre las fuentes. Al desligarse de la demanda, se produce un efecto negativo, mediante el cual esta crece, porque los usuarios no están involucrados de forma activa en el proceso de planificación y gestión del recurso, con lo cual se aumenta la brecha entre ambas. Para salvaguardar esta condición, es necesario actuar sobre ellos. Surge así la idea de Uso Responsable y Eficiente de la Energía (UREE). El UREE debe ser concebido como un recurso, y como tal puede evaluarse el potencial de las reservas.
Figura 1 - Planificación inteligente de la energía.
En un marco de cambio de paradigma tecnológico, la gestión del UREE se torna sencillo y accesible. Mediante la utilización de sensores con mediciones en tiempo real de consumos y generación, el análisis de datos de diversas fuentes, las mejoras tecnológicas de las instalaciones, y muchos otros parámetros es posible plantear un escenario dinámico y adaptativo para una óptima gestión de las reservas energéticas. En conclusión, la tecnología, el internet de las cosas, el crowdsourcing, son fuentes de conocimiento que permitirán caracterizar con mayor precisión el escenario actual y predecir futuros a fin de generar un cambio conjunto de diversificación de la oferta, mediante la incorporación de fuentes renovables, como la biomasa, la energía eólica y la fotovoltaica a la matriz energética, y de reducción del consumo gracias a políticas de eficiencia energética.
LÍNEAS DE ACCIÓN
- Energías de fuentes Renovables.
- UREE - (Uso Racional y Eficiente de la energía).